La Guerra de la Independencia constituye el hito temporal que suele utilizarse para dar comienzo
a la época contemporánea en España. Las razones que motivan esta decisión son variadas y tienen
muy en cuenta el carácter excepcional de esta contienda. La Guerra de la Independencia corrió
pareja al desarrollo de la revolución liberal en España, revolución que acabó con el Antiguo Régimen,
a la vez que el conflicto se manifestó como una guerra nacional, que afecta a la totalidad del
país y en la que se expresan por primera vez motivaciones nacionalistas. Por otra parte, la Guerra de
la Independencia ha de enmarcarse como un episodio de una contienda mayor, la que enfrentó a
Francia con el resto del continente. Por último, las características de este conflicto, tanto en lo que
se refiere al número de muertos como a las consecuencias que la guerra supuso para España, explican
el papel fundamental que ha adquirido como hito cronológico.
El origen de conflicto hay que buscarlo en el vacío de poder que se derivó de las abdicaciones de
Bayona. En esta ciudad francesa el emperador Napoleón obligó a los monarcas españoles Fernando
VII y Carlos IV a cederle la Corona de España, Corona que inmediatamente entregó a su hermano
José. Desde un punto de vista legal las abdicaciones de Bayona cumplían todos los requisitos exigidos
para el traspaso del poder dentro de la concepción patrimonial que del mismo se tenía el Antiguo
Régimen. Los reyes españoles acudieron a Bayona en busca del arbitraje de Napoleón en el
conflicto que los enfrentaba. Sin embargo, los planes del Emperador de los franceses iban por otros
derroteros. Napoleón aspiraba a integrar, como reino afín, a España en su órbita. Para el emperador
la población española aceptaría de buen grado el fin del Antiguo Régimen; por otra parte, el francés
creía que el espíritu de los españoles se mostraría tan débil como el de sus reyes.
La noticia de las abdicaciones de Bayona llegó España cuando el ejército francés ya ocupaba las
principales posiciones estratégicas. El cálculo de Napoleón no fue tan errado, sobre todo si atendemos
a la respuesta que dieron las distintas instituciones encargadas del gobierno del reino. Al partir
para Francia, Fernando VII dejó el gobierno de la nación en manos de una Junta de Gobierno, que
se inhibió, alegando falta de competencias, tras la abdicación del rey. La Junta perdió toda su credibilidad
tras los sucesos del dos de mayo, en los que el pueblo de Madrid se enfrentó espontáneamente
a las tropas francesas.
La postura adoptada por el Consejo de Castilla, la institución más importante del país después
de la Junta, fue igualmente colaboracionista con el invasor francés. Ante esta falta de respuesta de
las instituciones del Antiguo Régimen, se produjo la asunción revolucionaria de la soberanía por
parte del pueblo. El alcalde de Móstoles fue el primero en arrogarse el poder soberano que los monarcas
no ejercían, y que ninguna institución del Antiguo Régimen había osado asumir, para declarar
la guerra a Francia.
Las posiciones de los españoles ante el conflicto se pueden dividir en tres grandes grupos: 1º) una
mayoría del país, contraria a la presencia francesa, se mostrará beligerante contra el invasor; 2º) un
pequeño grupo, movido por intereses personales, prestará su colaboración a la administración francesa
—este grupo estaba formado principalmente por residentes en las principales ciudades toma-
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das por los franceses, entre los que abundaban funcionarios que temían perder su plaza—; por último,
un reducido grupo de españoles –habitualmente estimado en unos 12.000, cálculo basado en el
número de emigrados con el ejército francés tras finalizar la contienda–, los llamados afrancesados,
colaboraron gustosos con los franceses. Las razones de esta colaboración son variadas, yendo desde
el convencimiento de aquellos que creían que la presencia francesa pondría fin al Antiguo Régimen
hasta los que consideraban inútil enfrentarse al mejor ejército de Europa y con su colaboración buscaban
evitar la partición de España. Terminarán por tener que emigrar mayoritariamente tras la derrota
francesa.
La administración francesa del país, de acuerdo con la concepción que de España tenía Napoleón,
buscó ofrecer al pueblo español un estatuto jurídico que acabase con el Antiguo Régimen. Para
ello se publicó el Estatuto de Bayona (1808), primer texto legal con apariencia de constitución de
España. A pesar de que en su preámbulo se afirma que estamos ante una constitución, en realidad se
trata de una carta otorgada, ya que la soberanía reside en el rey José y, en última instancia, en Napoleón,
y no en el pueblo como sería el caso de hallarnos ante una verdadera constitución. El Estatuto
de Bayona concedía a los españoles una serie de derechos, entre los que se encontraban el derecho
de reunión, de libre residencia o de opinión; sin embargo, no suponía un ataque frontal a las instituciones
del Antiguo Régimen, salvaguardando los privilegios de nobleza y clero.
En el aspecto estrictamente militar, la Guerra de la Independencia se puede dividir en tres periodos
claramente diferenciados:
1º) el año 1808, que vio la ocupación de la mayor parte de la península por parte de las tropas napoleónicas.
Fue también el año de la batalla de Bailén, que supuso el primer revés de importancia
del ejército napoleónico, consecuencia de la gran dispersión de las armas francesas en su intento de
controlar rápidamente el país. Sin embargo, el éxito español en Bailén no podía ocultar la diferencia
que existía entre el ejército de Napoleón y el español. Napoleón en persona intervino en la Península
Ibérica, al frente de un ejército de 250.000 hombres. Tras esta intervención del Emperador, el poder
francés controló la práctica totalidad del país, demostrando además la imposibilidad de un enfrentamiento
entre los ejércitos regulares españoles y franceses.
2º) a partir de 1808 y hasta 1812, se va a desarrollar en España un nuevo tipo de guerra, aportación
original de la Guerra de la Independencia: la guerra de guerrillas. Los guerrilleros sólo actuaban
cuando podían lograr un éxito importante frente al enemigo, éxito que se tasaba en el número de
bajas que se causaba. Cuando las condiciones eran adversas, los guerrilleros no tenían dificultades
en abandonar el campo de batalla. Las partidas de guerrilleros podían llegar a ser bastante numerosas,
en torno al centenar de hombres, que eran dirigidos por jefes, generalmente improvisados, y que
pertenecen a diferentes sectores sociales —no faltan ejemplos de curas guerrilleros, como el conocido
cura Merino, quien junto a Juan Martín Díaz, «el Empecinado», fue uno de los más famosos—.
La guerrilla basaba su actuación en un profundo conocimiento del terreno en el que operaba, así
como en el apoyo que le prestaba la población civil. La acción de la guerrilla fue muy importante, no
tanto porque supusiera la derrota en campo abierto del ejército francés, sino porque forzó la fijación
de importantes contingentes militares en la Península Ibérica, lo que facilitó la derrota francesa en
otros escenarios, especialmente en Rusia. Los soldados franceses en España no bajaron de 250.000
hasta 1813 y en ocasiones superaban los 350.000; si comparamos estos datos con los del ejército que
intervino en la campaña de Rusia, en torno al medio millón de hombres, comprenderemos la importancia
del actuación de la guerrilla.
La represión desatada por el ejército francés en su intento de limitar las acciones guerrilleras, represión
que se plasmaba habitualmente contra la población civil, sólo sirvió para aumentar el apoyo
popular a la guerrilla y el odio al invasor.
3º) de 1812 a 1814, se va a producir el derrumbe del ejército francés en la península. El desgaste
que la guerra de guerrillas había provocado en el ejército invasor favoreció los éxitos de los ejércitos
regulares —formados por españoles, ingleses y portugueses, y comandados por Wellington— de
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Arapiles en 1812 y de Vitoria en 1813. Fue suficiente que Napoleón se viese obligado a retirar soldados
de la Península Ibérica para hacer frente a la campaña rusa, para que la situación en España se
hiciese insostenible para los intereses de Francia. En 1814, las tropas francesas abandonaron definitivamente
el país, lo que supuso el fin del conflicto.
La Guerra de la Independencia ha sido calificada como «gran catástrofe nacional». En efecto, el
conflicto supuso el desmantelamiento económico y financiero del país, cortando la tímida modernización
que habían intentado los ilustrados. Las ciudades quedaron devastadas. El mundo rural vio
no sólo el alza de los precios y el aumento de las crisis de subsistencia, sino que se dieron las condiciones
para que el hambre y las epidemias se extendieron. Acabó con la incipiente industria textil,
que en opinión de autores como Fontana, bastaba para alinear a España junto con los pioneros de la
naciente revolución industrial. Junto a todo esto hay que considerar igualmente el abundante número
de bajas, consecuencia directa de la guerra o de las condiciones de ella derivadas, tasado en ocasiones
en más de 350.000 personas.
Desde un punto de vista internacional, la Guerra de la Independencia supuso el ocaso definitivo
del poder español en Europa, viéndose relegada a un papel de potencia de segundo orden. Íntimamente
relacionado con el conflicto se encuentra también la pérdida de la mayor parte de las colonias
americanas, que apenas unos pocos años después de terminada la guerra van a desligarse definitivamente
de la corona española.
miércoles, 27 de enero de 2010
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