domingo, 28 de febrero de 2010

12.7. Guerra colonial y crisis de 1898

La Restauración heredó del Sexenio una grave crisis en los restos de su disminuido imperio colonial.
La guerra en Cuba, iniciada en 1868 coincidente con la Revolución Gloriosa, continuaba en
1875 lastrando gravemente la estabilidad del naciente régimen. Tras pacificar la península con el fin
de la insurrección cantonal y de la III Guerra Carlista, el gobierno de Cánovas orientará sus esfuerzos
a lograr la pacificación cubana. El encargado de lograr tal objetivo será el general Martínez
Campos, héroe nacional tras el pronunciamiento de Sagunto. Los acuerdos alcanzados por Martínez
Campos en la isla –autonomía política y abolición de la esclavitud- no lograrán la pacificación
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completa de Cuba, sino que abrirán un periodo de inestabilidad no exento de tensiones militares, la
llamada «Guerra chiquita». Tampoco en la península obtendrán las decisiones de Martínez Campos
un apoyo cerrado. Cánovas, molesto por el alcance de las concesiones, dimitirá de su cargo de presidente
del gobierno, dando paso a otro ejecutivo encabezado por el propio Martínez Campos que
tendrá que defender el acuerdo cubano en las Cortes. De igual modo, los intereses de los empresarios
cubanos y catalanes se considerarán lesionados por las concesiones a los isleños.
El problema cubano volverá a estallar con violencia en 1895; de manera casi simultánea, se inicia
otro movimiento independentista en Filipinas (1896). Los líderes de la revuelta cubana serán el poeta
Martí, inspirador del movimiento, y Maceo, su cabecilla militar. La base social del independentismo
cubano se hallará en el campesinado y se practicará la guerra de guerrillas como táctica militar
de los insurgentes.
La respuesta de la península buscaba un doble objetivo: liquidar el movimiento independentista
y evitar un conflicto con los EE.UU., cuyos intereses en Cuba aumentaban y en donde se desarrollará
una encendida campaña antiespañola en la prensa amarilla. Nuevamente será Martínez Campos
el primer encargado de lograr una solución al problema cubano. La táctica del general consistía en
establecer un cordón sanitario de norte a sur de la isla, «la trocha», que arrinconara progresivamente
a los rebeldes. Sin embargo, la facilidad de los cubanos para desembarcar más allá del lugar donde
se situaban las fuerzas españolas impidió el éxito de la campaña de Martínez Campos y forzó su relevo.
Su sucesor será el general Weyler, que iniciará una dura campaña que incluirá el internamiento
en «campos de concentración» de amplias poblaciones campesinas. Las tácticas de Weyler, duras
aunque sometidas a los usos tradicionales de la guerra, encontrarán en la prensa norteamericana un
eco destacado, haciendo del general español diana preferida de sus críticas.
El gobierno de Cánovas se encontraba decidido a impedir la secesión cubana, cuya españolidad
consideraba tan segura como la de cualquier otro territorio peninsular. «Hasta el último hombre y la
última peseta» había prometido Cánovas emplear en la empresa. No obstante, el estadista malagueño
era consciente de la delicada situación en que se encontraba la guerra cubana y la hostilidad creciente
que mostraban los EE.UU. Cánovas actúo hábilmente para impedir la intervención norteamericana,
si bien apremiaba a sus generales para concluir cuanto antes las acciones en la isla. La
influencia de Cánovas era apreciada incluso en la sociedad norteamericana, que lo veía como el
principal obstáculo para la intervención de EE.UU. Por tanto, el asesinato del padre de la Restauración
en 1897 aceleró el acto final del conflicto cubano y, por extensión, del filipino.
Las razones que explican la intervención norteamericana son variadas. Por un lado, concluida su
expansión continental, los EE.UU. se orientan hacia el Caribe como área de desarrollo natural,
considerando ese territorio como un mar interior y entendiéndolo como el escenario de su política
colonial. Por otra parte, los intereses de las empresas norteamericanas en el territorio cubano eran
muy poderosos, así como los vínculos que unían a la economía de la isla con el gigante americano.
Desde este punto de vista, la continuidad de la administración española –con su marcado proteccionismo-
exasperaba tanto a los norteamericanos como a los cubanos. Por último, el papel desempeñado
por la prensa amarilla de EE.UU., principalmente los diarios de Hearst y Pulitzer, empozoñó
un conflicto que se convertirá en el inicio del protagonismo norteamericano en el escenario internacional
durante el siglo xx.
La muerte de Cánovas y la sustitución del presidente Cleveland por MacKinley precipitarán la
intervención. Tres acontecimientos marcarán el proceso que llevará a la guerra. Primero, en el verano
de 1897 el gobierno norteamericano, haciéndose eco de la presión periodística, protestará por los
procedimientos del general Weyler, exigiendo una rápida pacificación de la isla. En segundo lugar,
el presidente norteamericano realizará una gestión extraoficial en la corte de Mª Cristina ofreciendo
la compra de la isla por 300 millones de dólares y amenazando con la intervención si no era aceptada.
Por último, la explosión del acorazado Maine en el puerto de La Habana, con la muerte de gran
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parte de su tripulación, llevará al ultimátum del 20 de abril de 1898, en el que EE.UU. daba tres días
a España para que renunciara a las soberanía de Cuba. La voladura del Maine ha sido un asunto
oscuro. Rápidamente, la prensa norteamericana achacó a España el hundimiento y como tal fue percibido
por la opinión pública de aquél país. Ha habido autores que han considerado que la explosión
del Maine fue obra de independentistas cubanos, ansiosos de forzar la intervención norteamericana.
Hoy, la interpretación más aceptada achaca la explosión a un fallo interno del motor del Maine,
que reventó la santabárbara provocando su hundimiento. En cualquier caso, el resultado fue el
inicio de una guerra desigual entre una potencia en expansión y otra en declive, obligada además a
defender un territorio alejado miles de kilómetros de la Península Ibérica.
La guerra hispano-norteamericana se redujo básicamente a una guerra naval, donde la mayor
potencia de fuego de los buques norteamericanos y el dominio de los puertos de repostaje de carbón
dio rápidamente la iniciativa a los EE.UU. En Filipinas, la vieja armada del almirante Montojo será
aniquilada en la batalla de Cavite frente a la moderna escuadra del comodoro Dewey (1 de mayo de
1898). La posterior rendición y la insurrección generalizada de los filipinos, reducirá el dominio español
a la ciudad de Manila. Ésta se rendirá el 14 de agosto. Sin embargo, los soldados españoles
resistirán en tierras filipinas hasta más allá de la firma del tratado de paz (hasta el 2 de junio de 1899).
La escuadra del Atlántico será encomendada al almirante Cervera, hombre valeroso pero que
consideraba imposible su misión. La flota española logró sortear el bloqueo norteamericano y atracar
en el puerto de Santiago de Cuba. Tras cerrar el puerto, los norteamericanos intentaron la conquista
de la ciudad tras un desembarco. La posibilidad de que los EE.UU. pudieran capturar intacta
la flota determinó a Cervera a salir a mar abierto. La llamada batalla de Santiago supuso la destrucción
de la flota española (con la muerte de miles de marineros españoles frente a una sola baja
norteamericana) y sentenció el desarrollo de la guerra. Días más tarde de la derrota naval, caerá
Santiago; a finales de julio los norteamericanos desembarcarán en Puerto Rico. El armisticio se firma
en Washington en agosto; las conversaciones de paz se realizarán en París en diciembre de 1898.
El Tratado de París suponía el reconocimiento español de la independencia de Cuba, viéndose forzados
los negociadores españoles a ceder Filipinas, Puerto Rico y Guam (en las Marianas) a cambio
de 20 millones de dólares. La cesión de Filipinas no fue prevista en el armisticio de Washington
siendo una exigencia posterior de EE.UU.
Las consecuencias de la derrota frente a los EE.UU. fueron variadas. España perdió los últimos
restos de su Imperio colonial, viendo reducido aún más su peso internacional. Cuba, pese a lograr
su independencia formal, quedo ligada estrechamente a los intereses norteamericanos. La crisis del
98 tiene, no obstante, una lectura multiforme. Si bien es cierto que producirá unas duraderas consecuencias
en el ámbito intelectual, sus efectos sobre el conjunto de la población no serán perdurables.
A pesar del apoyo entusiástico que la prensa y la opinión pública dieron a la guerra –una visión en
ningún caso sostenido en un análisis realista de las fuerzas en conflicto y que en buena medida empujó
a los políticos en un sentido poco deseable-, las reacciones apenas se dejaron sentir. Sin pulso
tituló un famoso artículo el dirigente conservador Silvela en el que se quejaba de la apatía dominante
en el país. Sin embargo, las consecuencias de la derrota no fueron duraderas en la economía del
país, que pronto se recuperó, beneficiándose de la desaparición del proteccionismo cubano; incluso
la flota será rehecha en los primeros años del siglo xx.
Ahora bien, el sistema político de la Restauración sí que se resintió gravemente de la derrota.
«Todo se ha perdido, menos la monarquía», palabras de un conocido político (Montero Ríos), resumen
gran parte de los objetivos que llevaron a España a una guerra perdida. Así, 1898 se convertirá
en el año decisivo del abandono del régimen de gran parte de la intelectualidad. La llamada generación
del 98, cuyo influjo será muy duradero, mostrará el edificio de la Restauración como una
construcción carcomida que sólo deberá ser demolido. La traición de los intelectuales, como la ha
definido un historiador moderno, supuso privar de apoyos a una estructura política que, pese a sus
defectos, había conseguido una larga etapa de prosperidad económica y de estabilidad política. El
Regeneracionismo, movimiento contemporáneo al desastre de Cuba, aunque presentará algunos
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ejemplos dentro del propio sistema, será básicamente un movimiento disolvente, que en poco ayudará
a la democratización y saneamiento del sistema y sí al derrumbe del mismo, abriendo paso a
una nueva etapa de inestabilidad que desembocará un cuarto de siglo más tarde en la dictadura de
Primo de Rivera.
La derrota ante EE.UU. avivará también el alcance e influencia de los movimientos nacionalistas
de Cataluña o el País Vasco. Arana, fundador del PNV, felicitará públicamente a los EE.UU. por
su victoria ante España, lo que lo llevará a prisión. El PNV, no obstante, observará la independencia
cubana como el preludio de la desmembración hispana. En Cataluña, Prat de la Riba encabezará un
movimiento tendente a obtener una Mancomunidad para Cataluña que desequilibrará la política de
la Restauración de las primeras décadas del siglo xx. Aunque más equilibrado y realista que el vasco,
el regionalismo catalán será el semillero de donde surjan posturas claramente independentistas –de
difícil acomodo en el sistema político- y que prosperarán hasta el estallido de la Guerra Civil (1936-
1939).

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